En 1545 los conquistadores españoles “descubrieron” las minas de plata de Cerro Rico y comenzaron a extraer el mineral en grandes cantidades.
Rápidamente comprobaron la eficacia de la roca y de los miles de indígenas obligados a trabajar en ella y confiaron en el “valor seguro” de las minas. Asi que la ciudad comenzó a crecer a pasos agigantados, llegando a situarse con 70 años de vida, al lado de clásicas metrópolis europeas como Londres, en cuanto a economía, habitantes y comercio. Y aprovechando el tirón, los españoles crearon su particular “Pompeya Latina”: ferias de productos de todo el mundo: sedas, tapices, arte; prostíbulos de lujo, salas de juego y de baile y todo tipo de ostentaciones. Se llegaron a construir 36 iglesias ornamentadas hasta la saciedad y en las crónicas se dice que "hasta los caballos llevaban herraduras de plata".
En esa misma ciudad, pero en otras circunstancias se encontraban los indígenas, los “dueños” naturales de esa tierra. Explotados y sometidos al gobierno por la “mita” (creada ya por los mismos incas para someter a su propio pueblo), o muertos (hay datos que cifran en 15.000 los muertos por accidentes en la explotación de la plata). Y cuando la mortandad fue elevada y se empezó a agotar la mano de obra indígena, los colonos pidieron permiso al rey para traer 30.000 africanos a los que convirtieron en esclavos de la mina.
La sorpresa fue que en 1.650, cien años después del comienzo de la “empresa”, la gran producción llegó a su punto máximo, la mina no podía con más, y los días gloriosos de Potosí empezaron a esfumarse. Así que los españoles se fueron con su plata, dejando la ciudad desértica; el Cerro Rico, pobre; y al pueblo, convertido en una gran ciudad colonial condenada a soportar durante los 200 años siguientes las crisis del mercado, de la mina y los vaivenes económicos que habían propiciado los españoles.
Hoy en día solo queda zinc, estaño y algo de plata, pero la crisis en la mina sigue, de hecho los últimos informes avisan del inminente cierre de las explotaciones debido a la escasez de mineral y el interés ecológico por preservar el cerro. Y los mineros (muchos de ellos niños), están sometidos a pésimas condiciones de trabajo y salud. Solo una parte puede acceder al sueldo “mayor” en la mina porque no todos pueden pagar la cuota de las cooperativas. Cooperativas que desaparecerán o tendrán que trasladarse para sobrevivir y que podrían haber seguido unos 300 ó 400 años más si nuestros queridos antepasados no hubieran sobreexplotado tierra ajena.
Y así queda Potosí, comparada con el Londres de la Revolución Industrial o el París de la Revolución Francesa por ser ejemplo de la modernidad globalizada.
Potosí, como otras tantas ciudades, violada, por una masa de mercenarios y gobernantes corruptos que no dejaron casi nada de lo que existía, tal y como existía cuando llegaron.
Referencias:
“Principio Potosí”, exposición celebrada en febrero de 2010 en el Museo Reina Sofía.
“Cerro Rico, Potosí”: publicado en “La Tribuna de los Sin Voz” el 4 de marzo de 2010.
“Cerro Rico, Potosí”: publicado en “
“Memoria del Fuego”, Eduardo Galeano.
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